miércoles, abril 9

SAGAL, sorpresón 100% carne

Hace demasiadas semanas que no recomendaba ningún restorán bogotano. Y no es que un servidor esté a dieta, ni mucho menos, pero es que de todos los visitados - unos de presupuestos humildísimos, otros de aires bien ostentosos - ninguno de ellos me emocionó. No llegaron a tocar esa parte cargada de neuronas babosas en la que uno da la tabarra del lugar y del condumio a sus golosas amistades durante semanas. Simplemente no erizaron mi flequillo en cada bocado como lo hicieron últimamente Cacio e Pepe, Harry Sasson, Sushi Rail, La Fama, las hamburguesas de Sierra Nevada o el humilde piqueteadero de barrio de doña Leo.

Pero el almuerzo de ayer fue diferente. Para empezar, no es fácil discernir entre la aborregada oferta en el Parque de la 93 y sus aledaños. Mi aletargada memoria a 2.600 metros de altura despertó todas las alarmas al pasar por un casi inadvertido local sobre la 93B, justo delante de uno de los coloridos containers de Andrés Carne de Res que brotan como hongos por doquier. Un austero local, todo hay que reconocerlo, al que un servidor no hubiera entrado de no ser porque aquella aletargada, y a esas horas ya famélica, memoria rescató las recomendaciones de un querido familiar y afamado glotón, Juaco. Gran profesional y experto en las artes agropecuarias, mataderos, frigoríficos y demás tinglados previos al consumo humano masivo. Juaco, carnívoras gracias por la recomendación.

SAGAL. Y como reza su logotipo: 100% carne. No soy muy amigo de las cartas con "patrocinadores", pero en este caso queda más que justificado: CIALTA es la Compañía Internacional de Alimentos Agropecuarios; a los que acompaña la Agroganadera San Pedro. Antaño y no tan antaño, en Colombia vendía aquello de "Carnes Finas"; ahora lo que vende es la "Carne Madurada". Ríome yo de la mayoría de ellas. No en el caso de Sagal.

La decoración del lugar dicho queda que es austera, del tipo "cafetería" con el que un servidor suele bautizar a los locales de mesas y sillas industriales, sin alma. Y paredes tapizadas con pantallas planas, que no decoradas. Pero la carta cumple con creces lo que promete: carne, carne, carne. A precios bastante controlados si hemos de comparar con otros locales carnívoros y petulantes de la capital. Independientemente de los precios, he comido excelsas carnes en La Bifería, en Burguer Market de Daniel Kaplan y en el Casanare de mis queridos Llanos, por citar solo alguno. Sagal acaba de subirse al podio de los campeones.

Para empezar me agradó que al inicio de la carta se especifiquen las diferencias que existen para los diferentes puntos de la carne. Un servidor, sin ir mas lejos, ha tenido sus más y sus menos con algún cocinerillo de medio pelo en cuanto a lo que significa azul o medio. Ni que decir tiene que las cocciones a punto y 3/4 jamás se las plantean mis carniceras neuronas.

Los chicharrones de entrante pasaron sin pena ni gloria. Simplemente correctos. Eso sí, la sublime arepa de compañía empezó a abrir las puertas del paraíso que se nos venía encima.


Siendo un servidor firme defensor de los buenos cuchillos de fina hoja y un fascista defensor del destierro de los cuchillos de sierra para zampar carnaza -¿desde cuando a visto usted a su señor carnicero tajar finamente con un cuchillo de sierra? -, me fascina cuando un restorán arma mi diestra con semejante sacabuche. ¡Zasca!.

Las demás sorpresas vinieron seguidas. Hace años que ni me acerco a los platos con lechuga aguada, rodajas de triste tomate, zanahorias trajinadas cual forraje para ganado o pepinos con fiebre amarilla. ¡Por fin! una simple ensalada de zanahoria, lechuga y tomate convertida en platillo visualmente apetecible, además de rico, refrescante y sencillo. Pero no se vayan todavía que aún hay más... ¡Aliños caseros!, ¡bien presentados!, ¡y el mesero te explica cada uno de ellos! Aplausos.


El clímax llegó con un pantagruélico T-Bone de 500 gramos. Y un tiernérrimo baby beef para Julia. Desde que llegué a Colombia hace ya casi dos años, soy muy cauteloso a la hora de engullir la grasa vacuna. He de confesar que la tostadita gordura de ese T-Bone me traslado directamente a las sabrosuras en forma de txuletón que siempre hemos disfrutado con Ainhoa en nuestra querida Euskal Herria. Una gozada de carne madurada la de Sagal. Cada uno de los bocados que embaulé. Aplausos fuertes, muy fuertes.


Por supuesto, quedo pendiente de visitar de nuevo este templo sólo apto para valientes amantes de la carnaza de calidad, para auténticos carnívoros de morro fino y sin complejos. Quedo pendiente del asado de tira, de los diferentes bifes, de la colita de cuadril, de la punta de anca y, por supuesto, del Rib-eye o chuletón.

También goza uno, en el mismo local de la 93B #13-68, de tremendo y provocativo escaparate frigorífico donde comprar el corte que más apetezca y llevarlo a casa. Y si uno tiene quehaceres y no desea pasear por Bogotá con unos cuantos kilos de carne al hombro, se lo llevan a domicilio.

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